La humanidad ha dado un salto sorprendente en el desarrollo de la ciencia y la tecnología. Los conocimientos aumentan a ritmo vertiginoso y también sus enfoques. La dirección del conocimiento se modifica al ritmo de lo que acontece en la sociedad.
Cómo y qué estudiamos del presente y el pasado está cuestionado por lo que sucede a nuestro alrededor. El hacer social hace cambiar los rumbos, las herramientas, los enfoques para que la sociedad se comprenda a sí misma. Vemos o ignoramos a las personas, las circunstancias y las cosas según la importancia que les damos en la mente, es decir, según los presupuestos con los cuales abordamos el mundo que nos rodea.
Determinar que el niño no es un adulto chiquito abrió la posibilidad de que se desarrollara la paidología, la pediatría, la pedagogía, etc. En el otro extremo de la vida, con los adultos mayores o en plenitud ha sucedido lo mismo. Reconocer que hay personas con capacidades diferentes, plenas de derechos y discriminadas ha promovido nuevos enfoques y campos de acción de la ciencia, la política, el deporte y el urbanismo.
Lo mismo aconteció en los años 70 del siglo XX con el movimiento de las mujeres, el que despertó un enorme interés por el análisis y la comprensión de lo que concierne a la vida de las mujeres. A partir de entonces se crea una cantidad sin precedente de trabajos sobre nosotras; se emprendió, en cada disciplina, el estudio de los sesgos que nos habían vuelto invisibles o insignificantes y los límites que ello establecía a los conocimientos elaborados
En el campo de la historia se plantea el problema de saber si las mujeres hemos contribuido alguna vez en algo a los cambios sociales. Si somos sujetas de la historia. Repasando la historia oficial apreciamos cuántas mujeres aparecen en ella. En la conquista, La Malinche, expuesta como símbolo de la traición a lo nuestro. En la independencia, Doña Josefa Ortiz de Domínguez y Leona Vicario; en la reforma, Carlota, la frívola loca que fue a clamar por la vida de su esposo. En la revolución, Carmen Serdán y ahora si, muchas mujeres: Adelita, que hasta estatua tiene en la Cd. de Chihuahua, Valentina, La Generala, La Cucaracha, Juana Gallo, Marieta. Mujeres sin nombre, mujeres sin rostro, sin historia personal. Todas y ninguna. Invisibles.
Esta ausencia tiene varias explicaciones: Puede ser que la mitad de la población ha permanecido al margen de las transformaciones sociales o que la representación del ser humano ha sido canalizada hacia un masculino construido como universal, relegando lo femenino. Desdeñadas como agentes del cambio social.
Las mujeres representamos la mitad de la población mundial y hemos acumulado, en tal sentido, la mitad de la experiencia del mundo. Sin embargo no tenemos ni voz ni voto para definir la orientación del saber. El hecho que las instituciones imponen los paradigmas de una especialidad y legitiman ciertos temas en detrimento de otros perpetúa una noción del saber en términos masculinos y produce un conocimiento fragmentario, discontinuo.
En la mente del investigador, que aborda el hacer social, las mujeres no existimos por nosotras mismas. Este juicio de valor opera inconscientemente, filtra los hechos, sin retener lo que concierne a las mujeres o relegándolas a segundo plano, los mecanismos mentales que le impiden tomar en cuenta a las mujeres producen un conocimiento, a la vez truncado y sesgado.
Decía Peggy McIntosh que Si se aspira a enseñar sobre la raza humana sin saber nada sobre la mitad de esta raza, no se puede realmente pretender que sabemos y podemos enseñar respecto a la raza humana.2
Lo mismo acontece con los hechos que hoy nos ocupan.
Durante los últimos cuarenta años hemos hablado con orgullo de nuestros muertos, los hemos calificado como revolucionarios, la escala máxima de la especie humana; mantenido vivo su recuerdo, pregonado las motivaciones y justeza de su lucha, el análisis de su pensamiento a la luz de la teoría revolucionaria, su ubicación en el contexto mundial y latinoamericano, la trascendencia de su lucha en el México actual, el legado histórico que dejaron, su inserción en la modernidad a través del internet, etc.
Hemos celebrado a los sobrevivientes, reconocido a los actores de la etapa que precedió al ataque, a los que han escrito, pintado y cantado la gesta, pero las mujeres somos invisibles en esta historia.
Doña Herculana Adame no es solo la madre abnegada y amorosa de Matías3. Es la mujer conciente que le grita a su hijo, preso por participar en las invasiones de tierra, ¡hijo, primero muerto que dejar de ser hombre!. Es la mujer que con lenguaje claro, profundo y vehemente hablaba en aquel mitin en Saucillo4 en 1964, explicando como l@s campesin@s producían riqueza con su trabajo en las tierras de los latifundistas, mientras estos se coluden con autoridades, policía e iglesia para mantener su poder contra los más pobres. En ese mitin las estudiantes de la Normal Rural para mujeres, Ricardo Flores Magón, fuimos agredidas con huevos, palos, víboras y gases, por una turba de jóvenes envenenados por el clero y los caciques.
Las y los estudiantes de las normales rural de Salaices, Saucillo y del Estado participábamos en las invasiones de tierra al lado de los campesinos y en las protestas contra la intolerancia, rigidez, autoritarismo y represión de los gobiernos, sistemas educativos y medios de comunicación. Nos solidarizábamos con la Revolución Cubana que sufría los embates de EU. También exigíamos plazas para maestr@s, becas, internados, seguridad social para l@s maestra@s estatales y democracia sindical.
¿Quién habla de Doña Albertina Gaytán Aguirre?, mujer campesina que no solo es la madre de Antonio y Lupito Scobell, uno muerto en Madera y el otro fusilado por el ejército en Tezopaco, Sonora en 1968, sino que además acompañó la lucha de los pobladores de Cebadilla de Dolores, del Municipio de Madera por la tierra, la democracia y la dignidad, junto con Doña Aurelia Aguirre madre de Salomón y Juan Antonio5.
En esos años los pobladores de la sierra de Chihuahua sufrían condiciones de vida parecidas al porfiriato: autoridades eternas, como el Presidente Seccional de Cebadilla que tenía 18 años en el cargo, despojo de las tierras a los rancheros y quema de sus ranchos y cosechas, represión, azotes, robos, asesinatos, prisión a los rancheros y campesinos solicitantes de tierras y violación a las mujeres.
Doña Elodia García madre de Arturo y Emilio6, que no quiso identificar el cadáver de Arturo para que siguiera cabalgando y ganando batallas como el CID, después de muerto. Doña Elodia buscó junto con otras madres, a Jacobo, su otro hijo, desaparecido en 1974 y acompañó en el exilio a Lolita y Amalia sus hijas presas por participar en la guerrilla de los setentas.
Doña Loreto Ramírez Uranga, mi abuela, mujer humilde, campesina analfabeta que se vanagloriaba de que su hijo Pablo7 murió luchando por lo que creía.
Doña Consuelo Salinas Domínguez, que en silencio, con entereza y orgullo, sobrellevó la muerte de Óscar8, posteriormente la lesión de Héctor en la agresión de los rurales a una manifestación, mejor conocida como la Batalla del Chuvíscar9, que a decir de la gente, fue la única que ganó Giner10 en su vida de general. Por si fuera poco la muerte accidental de Jaime, que empezaba a destacar en la lucha política. Doña Consuelo tuvo oportunidad de irse del país, buscar la seguridad para su familia y decidieron quedarse en México, le apostaron a la educación, que en esos años significaba participación política y represión.
Doña Carmen Torres Olivas mujer templada que le daba a Ramón11 una gran fuerza moral, le decía que no cambiara sus convicciones y que luchara por ellas a costa de lo que fuera.
Quien conoció a Doña Refugio Pedroza Reyes madre de Miguel12, sabe que las cualidades que lo distinguieron: amor al conocimiento, humildad, dedicación, cultura, modestia y responsabilidad, son fruto de su ejemplo.
Doña Celestina Hernández, madre de Florencio Lugo, sobreviviente herido del asalto, que en silencio, orgullosa, sufrió posteriormente la clandestinidad y prisión de su hijo en Lecumberri y Santa Martha Acatitla.
Qué difícil decisión tomo mi padre para dejar a su esposa, sus cinco hijos, su profesión y tomar las armas. Yo misma me he preguntado las razones. Fue la fuerza de sus convicciones y el deseo de dejarnos un mundo mejor, pero además, su decisión estuvo fundada en la certeza de que tenía por esposa a una mujer inteligente, valiente y rebelde, en quien podía dejar no solo la responsabilidad de nuestro futuro, sino la continuidad de su lucha.
Y así fue, Doña Alma Caballero Talamantes13, cumplió no solo como madre, sino que alentó y apoyó nuestra autonomía y participación política; resistió con entereza su secuestro en manos de la Brigada Blanca; luchó por mi libertad en los años que permanecí en Santa Martha Acatitla por pertenecer al Movimiento de Acción Revolucionaria; fundó escuelas en colonias proletarias, la Francisco Villa y la Salvador Allende; fue maestra disidente y sigue pendiente de lo que acontece en el país para seguir luchando.
El movimiento campesino, estudiantil y magisterial de los años sesentas tuvo en sus filas a decenas de mujeres que participaron libre y concientemente en la toma de decisiones, en los encuentros, las marchas, las protestas, las invasiones. Mujeres organizadoras, mensajeras, dirigentes, proveedoras. Algunas encarceladas, pero todas dejamos constancia de nuestro derecho a ser agentes de la historia: Glicelba Morales, Estela Salado, Mélida y Carmen Terrazas, Guadalupe Jacott, Clara Elena Gutiérrez, Silvina Rodríguez, Rosalba y Nereida Abarca, Lucila Ochoa, Trinidad Erives, Amparo Osollo, Lucina Alvarado, Socorro Olivas, Marcia Moreno, Manuelita Elías, Maria Elena Jara, Francisca y Margarita Urías, Irma Campos, Dolores Carrasco, Gloria Juárez, Martha Cecilia Ornelas y tantas más.
Doña Refugio Carrasco, que durante la vida que compartió con Raúl Gómez Ramírez14, fue un auténtico refugio para l@s luchador@s, en su casa siempre hubo un plato de comida, lo mismo para sus sobrin@s e hij@s, que para campesinos, dirigentes, maestr@s y guerriller@s.
Judith Reyes que escribió con su participación la historia y también la cantó. Militante de las luchas agrarias en Chihuahua y del Frente Electoral el Pueblo. Compositora y cantante a través del corrido como manifestación artística contra la opresión.
Belem Millán que en abril de 1965 en Zaragoza, en viernes santo, enfrentó con su esposo Secundino López e hijos a un grupo de ricos y autoridades, armados hasta los dientes que dinamitaron y quemaron su casa para presionarlos a que dejaran la tierra que desde años atrás cultivaban. Belem, o la tía, como le decíamos cariñosamente los clandestinos de las organizaciones armadas de los años setentas en cuya casa encontramos siempre un lugar donde dormir y un plato de comida en la mesa.
Estela Quiñones, Evangelina Prieto, Rosa Ornelas, Alma Caballero y yo, que rodeadas y encañonadas por los soldados, en noviembre de 1965 limpiamos y pusimos flores en la tumba de los guerrilleros.
Después del 65 las historias de lucha y rebeldía continuaron y ahí estuvieron otras mujeres: Gloria Ponce15, Laurita Saldívar16, Alicia Merino17, todas Doñas, Doñas vestidas de dignidad, madres del nuevo amanecer.
Queda como paradoja que Giner si nos vio cuando expresó "¿Para qué quieren internados las estudiantes?, si les gusta irse a dormir al campo con los campesinos." y en referencia a las maestras que luchaban por mejores condiciones de vida y de trabajo "Las maestras nos piden permiso con goce de sueldo a cada rato para tener sus hijos... legítimos o ilegítimos, que de los dos les gusta tener..."
Es tiempo de reexaminar este proceso de la historia desde el punto de vista de las mujeres y su participación y hacer como las feministas parisinas que en 1970 llegaron en procesión ante el Arco del triunfo para depositar una ofrenda floral "a la mujer del soldado desconocido", reconociendo que cuando los hombres se van a las trincheras se abren para las mujeres espacios de libertad y responsabilidad, que hemos llenado cumplidamente.
A cuarenta años del asalto al cuartel militar, es tiempo de recuperar las historias de las mujeres que dejaron sus tradicionales espacios y tareas para construir otro futuro.
Madres que alimentaron y militaron;
esposas que amaron y organizaron,
hermanas que protegieron y protestaron,
compañeras que lloraron y agitaron.
Es tiempo de las Mujeres de Madera.
Chihuahua, Chih a 21 de septiembre de 2005